Extracto del artículo aparecido en El País
Maj Sjöwall y Per Wahlöö muestran las vergüenzas del mito sueco
...Se trata, pues, de la última aventura de Martin Beck, un policía con una vida sentimental sin sobresaltos, separado de Inge, enamorado de la vital Rhea. Beck es un inspector meticuloso, genial, tenaz, que ha ganado en matices y cicatrices a lo largo de las 10 novelas de la serie, pero a quien, como bien dice el maestro Dennis Lehane en el prólogo de esta edición , “su carga de melancolía no le lleva al grado de autocompasión masoquista que tan a menudo enmascara la cosmovisión trágica del clásico héroe duro”.
La oscura muerte de un productor de cine porno que se aprovechaba de adolescentes incautas; el destino de la pobre Rebecka Lind, una joven que sabe muy poco del funcionamiento del sistema y termina atrapada y destrozada por él y una trama de terrorismo internacional con senador conservador estadounidense incluido se entrelazan a lo largo de las páginas de Los terroristas para conformar un conjunto adictivo, envolvente, algo frío a veces, es lo que tienen los nórdicos, pero con buenas dosis de humor y mucha calidad.
La trama terrorista, con la banda criminal, ultraprofesional e internacional ULAG dedicada en cuerpo y alma a generar el caos que beneficie a los regímenes racistas, domina la segunda parte de la novela, que mejora en cada página. Pero, como en otras obras de Sjöwall y Wahlöö lo interesante es que los autores utilizan la seguridad, la lucha contra el terrorismo y el puro devenir de la acción para realizar una crítica destructiva sobre la sociedad sueca de la época.
“Gran parte de la policía metropolitana eran considerados unos corruptos, unos matones ignorantes o unos sinvergüenzas en uniforme que se dedicaban a dar órdenes estúpidas y brutales (...) "Detrás de todo esto gobernaba un partido que se hacía llamar socialdemócrata, pero que, con los años (recordamos que estamos en 1975) ya no era ni socialista ni democrático, ni en la pequeña medida en que lo había sido siempre, y cuyo nombre constituía una cortina de humo cada vez más delgada para un puro poder estatal capitalista” (...) "Hoy en día, el estado de abatimiento de Martin Beck se debía más bien al hecho de ser consciente de que él era un oficial de relativo alto rango en una sociedad donde nunca nada parecía mejorar".
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