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La capital sueca es un hermosa y extensa ciudad que desconoce esa contaminación imperativa en cualquier otra ciudad más hacia el sur; aquí conviven barrios medievales con modernos edificios esféricos, de la misma manera que la prosperidad material no está reñida con el respeto a la naturaleza y el siempre sorprendente sol de medianoche cede su paso a los grisáceos días invernales. No es de extrañar esta unión de extremos; ya uno de los suecos más universales, Alfred Nobel, unió el destructivo invento de la dinamita con los filantrópicos premios que llevan su nombre.
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