abril 10, 2013

La Guerra de Invierno de Finlandia y Rusia



La Guerra de Invierno (en finés talvisota, en ruso Зимняя война, en sueco vinterkriget) estalló cuando la Unión Soviética atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones el 14 de diciembre. Stalin había esperado conquistar el país entero para finales del año, pero la resistencia finlandesa frustró a las fuerzas soviéticas, quienes superaban en número a los fineses en tres a uno. Finlandia aguantó hasta marzo de 1940, cuando se firmó un tratado de paz cediendo cerca del 10% del territorio finés y el 20% de su capacidad industrial a la Unión Soviética.

El resultado de la guerra fue complejo. Aunque las fuerzas soviéticas pudieron finalmente atravesar la defensa finesa, ni la Unión Soviética ni Finlandia salieron ilesas del conflicto. Las pérdidas soviéticas en el frente fueron tremendas, y la posición internacional del país sufrió. Aún peor, la destreza combativa del Ejército Rojo fue puesta en cuestión, un hecho que contribuyó fuertemente a la decisión de Hitler de lanzar la Operación Barbarroja. Finalmente, las fuerzas soviéticas no cumplieron su objetivo primario de conquistar Finlandia, sólo lograron una secesión de los territorios de Petsamo, Salla y la mayor parte de Karelia. Por su parte, los fineses retuvieron su soberanía y atrajeron considerable buena voluntad internacional. Los preparativos franco-británicos para apoyar a Finlandia a través del norte de Escandinavia (la campaña aliada en Noruega) fueron impedidos por el armisticio del 15 de marzo. Sin embargo, la misión siguió adelante con la nueva meta de ocupar las minas de hierro del norte de Suecia, provocando la invasión de Dinamarca y Noruega por parte de la Alemania Nazi el 9 de abril de 1940 (Operación Weserübung).

La Guerra de Invierno fue un desastre militar para la Unión Soviética. No obstante, Stalin aprendió de este fiasco y se dio cuenta de que el control político sobre el Ejército Rojo ya no era factible. Tras la Guerra de Invierno, el Kremlin inició el proceso de reinstaurar a oficiales calificados y modernizar a sus fuerzas, una decisión que permitiría a los soviéticos resistir la invasión alemana. Se podría discutir que ni los ejércitos de Francia, Gran Bretaña o EE. UU. habrían estado preparados para la guerra invernal, aunque esto está poco probado. En la Batalla del Bulge (o de las Ardenas) a finales de 1944, se pudo ver, sin embargo, a miles de soldados estadounidenses atrapados por un clima relativamente suave al lado del invierno nórdico.

Consecuencias. Los finlandeses declararon haber perdido 25 000 hombres y haber sufrido 55 000 heridos. Las cifras soviéticas fueron retocadas; la única cifra oficial que se puede aproximar a la realidad es la que dio Nikita Jrushchov en sus memorias: unos 270 000 soldados. Finlandia perdió el 10% de su territorio, con unos 450 000 habitantes, que prefirieron irse, dejando desierta la región conquistada, que fue repoblada con rusos. También perdió el 17% de su sistema ferroviario, el 10% de las zonas de agricultura, el 11% de los bosques y el 17% de su capacidad eléctrica.

La República Democrática de Finlandia fue convertida en la República Socialista Soviética Carelo-Finesa, y Otto Kuusinen pasó a ser su canciller hasta 1956, cuando fue anexada a la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. La Guerra de Invierno es considerada muy importante en el desarrollo de la historia contemporánea, ya que tuvo las siguientes consecuencias:
Finlandia mantuvo su autonomía y se mantuvo al oeste del Telón de Acero, sin pertenecer nunca al bloque soviético durante la Guerra Fría.
Stalin se dio cuenta de la ineficiencia de su ejército al seleccionar a sus comandantes de acuerdo a su trasfondo político, y de esta manera reinstituyó en su cargo a oficiales destituidos durante la Gran Purga, sólo por no ser entusiastas comunistas, como Konstantín Rokosovski. Además se percató de lo atrasado de las técnicas y máquinas de guerra soviéticas, lo que lo motivó a reformar al Ejército Rojo. Dicha reforma colocó al ejército en una mejor posición para afrontar la futura invasión germana de 1941. Hitler se dio cuenta también de la debilidad de la Unión Soviética y se convenció a sí mismo de que no debía esperar hasta 1945 para atacarla.

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